El domingo de Ramos:
del entusiasmo a la condenación
Pbro. Dr. Julio César Saucedo
Arquidiócesis de México
Con el Domingo de Ramos iniciamos la «Semana Santa» o «Semana Mayor»; podríamos decir que, apresuramos nuestros pasos, aún en el tiempo cuaresmal para entrar con un corazón (interior) purificado en la gracia, al Corazón de Cristo muerto y resucitado.
Justamente, en este Domingo convergen dos matices: por una parte, el gozo y el júbilo porque Jesús entra en Jerusalén, y por otra parte, el dolor y la aflicción por contemplar su Pasión y muerte.
Por una parte, escucharemos los vítores y las aclamaciones de júbilo por esta entrada triunfal: «¡Hosanna, al hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!»; que después se convertirán en exclamaciones de condenación: «¡Queremos a Barrabás! A este, ¡crucifícalo!».
Me llama la atención, que estos dos movimientos –uno de júbilo y el otro de muerte– pueden muy bien representar lo voluble y vacilantes que somos: muchas veces le decimos a Dios que sí, bajo aquel «¡Hosanna!», y cuando se nos pide el compromiso de vida, somos indiferentes hasta caer en el absurdo de aquel: «¡Crucifícalo!». Sin embargo, ante estos dos signos contradictorios, aparece un elemento común: el silencio de Cristo.
¿Qué nos enseña este silencio? Ante todo, es un silencio que respeta la decisión del vacilante corazón del ser humano; más aún, este silencio nos enseña que en medio de la traición, la negación y la soledad, el Señor no duda en entregar su vida por ti y por mí. Su silencio no es otra cosa que la expresión de su amor: su pasión y muerte en la Cruz, no dependen de la respuesta voluble del ser humano; como lo encontramos en el evangelio según san Juan: «Nadie me quita la vida, yo mismo la entrego» (10,18). Es un silencio que denota gratuidad, persuasión y no imposición, que ama y no condiciona, que es libertad y no esclavitud, que es reconciliación y no condenación.
Quisiera terminar esta breve reflexión, compartiéndote estas palabras de san Gregorio Nacianceno, deseando que, el Señor nos otorgue un corazón (interior) más perseverante y menos voluble: «Aceptemos todo por amor al Verbo, imitemos a través de nuestros sufrimientos la Pasión, honremos con nuestra sangre a la Sangre, llevemos decididamente la Cruz. Si eres Simón Cireneo, toma la cruz y sigue al Maestro. Si, como el ladrón, estás en la cruz, con honradez reconoce a Dios: si él por ti, por tus pecados, ha sido contado entre los malhechores, tú, por él, hazte justo». Así sea.
